viernes, 18 de abril de 2014

CIAO GABO

García Márquez, un colombiano en la Barcelona del «boom»

Día 17/04/2014 - 22.39h

El escritor llegó a la Ciudad Condal en 1967, en un Seat alquilado y chirriante. Allí empezaba a fraguarse la generación más brillante de la literatura hispanoamericana

En 2012 se cumplió medio siglo de «La ciudad y los perros» de Mario Vargas Llosa, premio Biblioteca Breve y primera espoleta del «boom» que hizo de Barcelona la capital de la edición hispanoamericana. En lugar de celebrar a bombo y platillo uno de los momentos culturales que ratificaron y confirmaron una pujanza editorial que ya destacó Cervantes, los funcionarios del nacionalismo prefirieron obviar la efemérides.
Aquel año de 1962 cambió la historia literaria en lengua española. Además de premiar la novela del escritor peruano, Seix Barral dio a la imprenta un título que marca un punto de inflexión en la literatura española: «Tiempo de silencio», de Luis Martín Santos. Como explicó el propio Carlos Barral, el Biblioteca Breve pasó de ser un encuentro de tertulia de café a convertirse «en el eje de una política literaria posible, una política de verdadero descubrimiento de la literatura americana».
Y no solo porque otorgaba valor a esa literatura más allá de sus fronteras, «sino porque sirvió también de instrumento de recuperación, de convicción, para escritores importantes pero mal conocidos que no estaban ya para premiecillos editoriales, como Alejo Carpentier o Julio Cortázar». No es extraño que en los seis años que siguieron a «La ciudad y los perros», el Biblioteca Breve premiara a cuatro autores latinoamericanos: «Los albañiles» (Vicente Leñero, 1963), «Tres tristes tigres» (Guillermo Cabrera Infante, 1964), «Cambio de piel» (Carlos Fuentes, 1967) y «País portátil» (Adriano González León, 1968).

Barcelona, 1966

A sus treinta y seis años, Carmen Balcells deja de ejercer de secretaria para un fabricante del sector textil de Tarrasa y entra en contacto con Víctor Seix y Jaime Salinas. Le comenta al segundo que tiene la oportunidad de hacerse con la agencia literaria del escritor rumano Vintila Horia. Su incursión en este segmento editorial cambiará radicalmente la relación de autores y editores.
El mérito de Balcells, subrayará Vargas Llosa, fue descubrir «que la verdadera función de una agente literaria no era representar a un editor frente a otros editores, sino a los autores ante quienes les publicaban...». El modus operandi de esta agente literaria nacida en Cervera revolucionará el mundo editorial barcelonés. Balcells se presenta en Londres, donde Vargas Llosa imparte literatura en el universitario King’s College. Le dice que deje las clases y se centre por completo en la escritura. El autor peruano aduce que debe mantener a su familia. La agente le pregunta cuánto gana. Quinientos dólares. Iguala la cifra y le conmina a que se instale en Barcelona, que es más barata que Londres.
Vargas Llosa conserva un buen recuerdo de la Ciudad Condal que se remonta a 1958. Recién llegado en barco, camino a la Complutense de Madrid, Vargas Llosa recordará las cuarenta y ocho horas que pasó en una pensión del Barrio Gótico: «Me enamoraron de la ciudad». Aquel mismo año presentó un cuento, «Los jefes» al premio Leopoldo Alas que convoca una editorial médica y entre cuyos impulsores se halla el editor y poeta Enrique Badosa. Su relato se alza ganador y comienza así su relación editorial con la ciudad que poco tiempo después, le consagrará como escritor.

Año 1967

Rechazada por Seix Barral, la novela «Cien años de soledad» de Gabriel García Márquez van a convertir el mundo en una sucursal de Macondo. Carlos Barral se defiende de quienes le reprochaban haber dejado pasar la magna obra del colombiano. Lo atribuye a un malentendido. Gabo le envió un telegrama hablándole de su novela y él tardó demasiado en contestar... Luegó pasó el tiempo y Paco Porrúa editó la novela en la Sudamericana.
Aquel año de 1967, Gabo se mudó a Barcelona, al igual que Vargas Llosa y José Donoso. Todos, autores de Carmen Balcells. Además del poderío de la que será proclamada unánimemente la Mamá Grande, una de las razones por la que el colombiano recala en la Ciudad Condal es su admiración por Ramón Vinyes, el célebre «sabio catalán» que orientó sus primeras lecturas. «Nos hablaba de Barcelona, nos decía que siempre fue un gran centro cultural de Europa, una ciudad con una burguesía tan rica y sofisticada que apoyaba a Gaudí y con una clase obrera pujante dirigida por anarquistas».
Gabo arribó a la capital del «boom« en un Seat alquilado y chirriante. La Barcelona del desarrollismo franquista se permitía ciertas libertades. Oriol Regàs inauguraba Bocaccio y la «gauche divine» se volcaba en la publicidad, la fotografía, el cine de cuño europeo, el diseño, la arquitectura... En sus siete años barceloneses, hasta 1974, Barcelona fue para García Márquez «una ciudad donde se respiraba, porque todos éramos un poco conspiradores...».
Vargas Llosa y García Márquez compartieron un trienio de amistad hasta que un puñetazo enlutó aquella relación. Los dos se instalaron en Sarrià, la parte alta de la ciudad y Donoso todavía más arriba, en Vallvidrera. Gabo residía en un puiso moderno y funcional en la calle Caponata, 6 y Vargas Llosa en la esquina de esta con la calle Osio. Ambos escritores acuden a la pastelería Foix, en la plaza de Sarrià, que regenta el poeta J. V. Foix.
En Barcelona, Gabo escribió los relatos de «La increíble y triste historia de la cándida Edelmira y su abuela desalmada» (Barral, 1972) y la novela «El otoño del patriarca» (Plaza & Janés, 1975). En Barcelona, y concretamente en el barrio de Gracia, transcurre «María dos Prazeres», uno de sus «Doce cuentos peregrinos».

El abrumador éxito

Como explica Sergio Vila-Sanjuán en su imprescindible estudio «Pasando página» (Destino), «El otoño del patriarca» fue una de las novelas de más difícil gestación de un autor que había puesto el listón muy alto con los dos millones de ejemplares de «Cien años de soledad». En realidad, explica, García Márquez ya había abordado al patriarca antes de la historia de la familia Buendía. Como no le satisfizo, lo acometió de nuevo en Barcelona: «Escribió trescientas holandesas enfundado en su mono azul de trabajador proletario, las rompió y se fue a hacer un largo viaje y tuvo que empezar de nuevo, siempre rodeado de la documentación como el buen periodista que había sido...». En otra famosa imagen de la época, de la fotógrafa Colita, García Márquez aparece con mirada compungida y sus «Cien años de soledad» a modo de sombrero. El abrumador éxito.
La Barcelona del «boom», recuerda siempre que tiene ocasión Vargas Llosa, «fue durante años la capital de la literatura hispanoamericana, no sólo porque muchos escritores de América latina vinieron a vivir aquí, o pasaban temporadas en Barcelona, sino porque fue en esta ciudad, a través de editoriales de Barcelona, a través de algunas personas que promovieron la literatura hispanoamericana en España con un enorme entusiasmo, como Carlos Barral, que esta literatura alcanzó un derecho de ciudad en España, en la propia América Latina, donde en cierta forma era una literatura hasta entonces bastante marginal, y de aquí salió a conquistar otras lenguas, otros países».
En otra imagen de 1972 vemos a José Maria Castellet con García Márquez, Carlos Barral, Mario Vargas Llosa, Félix de Azúa, Salvador Clotas, Julio Cortázar y Juan García Hortelano. Tanto Carlos Fuentes como Julio Cortázar, puntualiza José Donoso, pasaban constantemente por Barcelona.
La agente Carmen Balcells fue un elemento tan culturalmente dinamizador como eficaz en la logística de acogida de los autores que representaba. En su papel de Mamá Grande, apunta Vargas Llosa, «ella pagaba las cuentas, alquilaba los pisos y resolvía los problemas de electricidad, de transporte, de teléfono, de clandestinidad, y aprobaba o fulminaba los amoríos pecaminosos, asistía a los partos, consolaba a los cónyuges e indemnizaba a las amantes».
Barcelona fue la capital de la generación más brillante de la literatura hispanoamericana. Para Carlos Barral, el secreto del éxito de los latinoamericanos que editó fue haber afrontado temáticas universales «y eso les hizo mucho más difundibles: ¡Eso fue el boom!». Así lo vio José Donoso: «El boom pudo ser una moda, pero la moda es un ingrediente cultural muy importante. No éramos iguales pero teníamos componentes comunes».

No hay comentarios:

Publicar un comentario