domingo, 6 de julio de 2014

LA LEYENDA DEL CUAHIXTLI ( ARBOL DE LOS OJOS), ojo de venado

EL CUAHIXTLI (árbol de los ojos)
 Allá en las estribaciones de la Sierra Gorda, donde la corriente del río Xichú se hace suave, existe un pueblo con raíces profundas de limpio origen prehispánico.
 Aquel pueblo pegado a la roca y al río hace siglos era gobernado por un cacique llamado Chuin Pájaro Azul -el cual estaba casado con la bella Andoeni- Flor, hija de un famoso guerrero otomí llamado Anyeh -Lluvia-.
 Chuin y los habitantes de Xichú se consideraban protegidos por los dioses, ya que todo era felicidad y abundancia en el poblado.
 Más un día llegó hasta ellos un sajoo -hechicero- quien al contemplar la bella juventud de Andoeni, profetizó:
 -¡Qué bella es la flor del valle, y qué feliz su poseedor! Pero no tardará el día en que el río tragará su vida y entonces será todo lloro y aflicción en este pueblo.
 Andoeni, asustada, buscó los ojos del agorero, preguntándole:
 -Sajoo ¿puedes decirme cuál será la causa de mi próxima muerte?
 - De lejos vendrá un hermoso guerrero que te embrujará con la mirada de sus ojos, por él despreciarás el amor puro de tu esposo. Todo lo olvidarás; todo lo olvidarás por seguir tras sus ojos brujos que te traerán la muerte.
 Cuando el cacique Chuin supo del agüero del sajoo montó en cólera, ordenando al instante que fuera arrojado del pueblo y abandonado en lo más intrincado del bosque, en espera de que las fieras lo despedazaran. Y las órdenes del cacique fueron cumplidas. El viejo hechicero, al quedar libre de sus verdugos gritó:
 - El guerrero Chuin no tendrá simiente de amor, porque el río se la llevará- y riendo sarcásticamente, desapareció.
 Pasó el tiempo y ya nadie se acordaba de las amenazas del Sajaoo, cuando en las montañas cubiertas de bosques llegó un aguerrido guerrero tenocha, seguido de un gran séquito.
 El cacique Chuin salió a recibirlo con todos los honores que correspondía a un embajador del emperador Moctezuma Ihuicamina- Flechador del Cielo. Mas cuando el señor de Xichu llegó frente al desconocido, inexplicablemente el cielo azul y trasparente fue surcado por infinidad de rayos cuyos espantosos truenos produjeron pavor en los habitantes del poblado, que terriblemente sobrecogidos de terror contemplaban aquel fenómeno durante el cual, a pesar de la gran cantidad de rayos y truenos, sobre la tierra no caía ni una sola gota de agua.
 El desconocido guerrero, recibido de acuerdo a su alto cargo de tlacatécatl o general del emperador Moctezuma Ihuicamina, llamado Coyoltótotl - Gorrión Panalero -iba de paso, camino a Tenochtitlan, por lo que pedía hospitalidad hasta que el cansancio desapareciera de él y de sus guerreros.
 El cacique Chuin trató a su huésped con toda clase de miramientos por lo que la bella Andoeni se vio en la necesidad de agasajar a tan noble guerrero. Coyoltótotl era aguerrido, hermoso y delicado en su trato, pero la belleza de sus ojos color de miel tenía algo de maléfico.
 Cuando miraba intensamente, había en sus ojos un sortilegio que subyugaba hasta el grado de sentir deseos de obedecer ciegamente el misterioso mandato de sus ojos.
 Chuin se alarmó mucho cuando un día sorprendió la palidez y el ofuscamiento de su esposa ante la enigmática mirada del guerrero mexica.
 Pasaron los días, y un amanecer Andoeni decidió ir a bañarse al río como lo hacía frecuentemente, ya que su esposo había ordenado se le acondicionara en un recodo de la ribera un refugio inviolable, ahí donde la corriente era suave y tranquila y la vegetación exuberante proporcionaba un recatado albergue.
 Cuando la joven iba a disfrutar de un deleite matinal, le salió al paso Coyoltótotl, el cual miró intensamente las serenas pupilas de Andoeni quien al instante sintió un gran estremecimiento al quedar tan cerca de la bella esposa del guerrero Chuin que podía escuchar el latido de su joven corazón.
 El guerrero mexica, sin dejar de mirarle los negros ojos, la tomó entre sus fuertes brazos sin que la joven intentara evitarlo, acabando por besar ávidamente los frescos labios de Andoeni, después lazándola por la cintura, la condujo a lo más intrincado del bosque. La noche cayó sobre el pueblo, pero la esposa del cacique de Xichú no regresaba.
 Por largas horas Chin estuvo inquieto, pensando en qué le habría sucedido a su esposa, la cual podía haber sido atacada por las fieras o mordida por una serpiente venenosa.
 Cuando era más de medianoche salió en su busca seguido de varios guerreros, los cuales se dispersaron en varias direcciones en tanto que él se dirigía a la selva lanzando voces llamándola. La noche sin luna hacía más tenebrosa la búsqueda y Andoeni no respondía a su llamado angustioso.
 Cuando Chuin estaba más temeroso por la suerte de su esposa, un tecolote cantó. Con el corazón destrozado, el cacique tuvo un terrible presentimiento:
-¿ Acaso las predicciones del hechicero se habrán cumplido? ¿Acaso los dioses decretaron que perdiera para siempre el amor de mi amada esposa?
 Toda la noche se buscó a la desaparecida, mas nadie pudo encontrar el menor rastro de la joven. Chuin desesperado, la presentía muerta, ya que no contestaba a sus gritos llenos de angustia, y cuando al amanecer, vencidos por el infortunio, pensaban regresar al pueblo el canto lúgubre del tecolote le volvió a intimidar.
 La vereda por la que caminaba solo parecía alargarse. Era una senda apenas perceptible que llevaba al corazón del bosque, ahí donde un dios solitario y oculto velaba por los seres habitantes de la sociedad.
 De pronto, el guerrero Chuin creyó escuchar voces suaves y delicadas, por lo que se detuvo y esperó. El eco de voces proseguía, casi era un murmullo; pero él, que era experto cazador, a pesar de la distancia reconoció el timbre dulce y arrollador de su amada esposa, la cual pronunciaba palabras de amor. El cacique Chuin enloqueció de odio, corrió hacia el claro del bosque de donde provenía el lenguaje amoroso, llegando a sorprender a la linda Andoeni y al guerrero Coyoltótotl fundidos en un apasionado abrazo.
 Chuin, ciego de celos, se abalanzó sobre su rival. Los dos hombres entablaron un feroz combate, mas fue el afilado puñal de Chuin el que se clavó en el corazón del guerrero de los ojos brujos. Chuin teniendo sangrante y caído a sus pies a su rival, sin misericordia, le arrancó los ojos que habían embrujado a su esposa Andoeni, clavándolos en el tronco del árbol más cercano.
 Andoeni, como si se despertara de un largo sueño, al contemplar el cuerpo de Coyoltótotl, el príncipe de los bellos ojos color miel, echo a correr camino del río, y ahí donde la corriente era más turbulenta y peligrosa, se precipitó a ella.
 ¡ El augurio del viejo sajoo se había cumplido!
 Los años pasaron, y aquél árbol que nunca había florecido, un día dio flores y fruto. Era un fruto que semejaban ojos humanos.
 Los sajoos, que deben interpretar el lenguaje de las cosas, descubrieron el secreto...¡Eran los ojos de Coyoltótotl, que el cacique Chuin había clavado en su tronco!
 Ellos llegaron también a saber que los dioses, benignos y comprensivos, les volvieron a dar vida con cualidades mágicas. Aún en nuestros días, los yerberos y hechiceros le llaman Cuauhixti y lo buscan y recogen su semilla, que ahora llaman "ojo de venado", la cual aseguran que sirve para ahuyentar el mal de ojo.

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