Si vas a la nevera y no te acuerdas de qué ibas a buscar, lee esto
El psicobiólogo Ignacio Morgado, autor de «Aprender, recordar y olvidar», explica a ABC las claves de la memoria
El autor del libro «Aprender, recordar y olvidar» (Ariel), Ignacio Morgado, es capaz de dar a sus lectores las claves cerebrales de la memoria y la educación, y de reconocer al tiempo que prefiere perder la cartera que la libreta
donde anota sus quehaceres diarios. «Hay cosas que no conviene tener en
la memoria. Yo sin la agenda no puedo vivir», asegura. Este catedrático
de psicobiología e investigador del Instituto de Neurociencia de la
Universidad Autónoma de Barcelona es también de esos profesores que no creen en el mal alumno, «sino en el que no ha hecho lo óptimo o ha hecho poco».
—¿Tener despistes de forma habitual es un signo de alerta?
—Normalmente no. Es estar poco atentos, por eso puede
confundirse. Muchas veces cuando nos olvidamos algo es que no le pusimos
suficiente atención. Yo a mis alumnos les digo:«no me digas que eso se
te ha olvidado, porque solo se olvida lo que se aprende». La atención es
uno de los factores que más influye en el aprendizaje y en el registro
de lo aprendido por el cerebro. Y la atención la proporciona el interés.
Además, realmente te interesa lo que te emociona. Aquello que nos
emociona es aquello a lo que le prestamos atención.
—Es
difícil no preocuparse cuando uno pierde constantemente las llaves, o
de vez en cuando va a coger algo en la nevera y se le olvida por
completo de lo que quería...
—Este tipo de situación tiene que ver con la pérdida de memoria
de trabajo (reciente). Pero también tiene que ver con el estado y el
lugar en el que nos encontramos, y donde lo aprendimos. Es decir, estás
delante de la nevera, pero lo que ibas a coger lo pensaste en el
comedor. Por eso cuando vuelves sobre tus pasos al comedor, a la misma
situación que estabas cuando pensaste qué ibas a coger, te acuerdas de
lo que querías. La otra situación puede deberse al estado interno del
organismo. Si tu aprendiste algo bajo el influjo de un estimulante, como
el alcohol o el café, puede que cuando no lo estés tengas dificultades
para recordarlo.
—Esto que comentamos le ocurre a gente muy joven. ¿A qué edad es normal empezar a perder memoria?
—Lo primero que hay que saber sobre la pérdida de memoria es que es un fenómeno natural que le sucede a todo el mundo
antes o después. Los estudios sugieren que el declinar de la senectud
no es aparentemente hasta después de los sesenta años, pero en algunas
personas pueden observarse deterioros a partir incluso de los cuarenta.
Empieza un proceso que llamamos de dificultad en la memoria de trabajo
(que es la inmediata o de corto plazo, aquella que utilizamos para
manipular información, planifican el futuro, resolver problemas a
término medio...) Pero se trata de un fenómeno natural. Se debe a que se
produce una disminución de la materia del cerebro, particularmente, de
la corteza prefrontal.
—¿Qué podemos hacer para que esto no nos plantee dificultades?
—Hay muchas formas de auxiliarnos con respecto a esa
pérdida de memoria. Una es tener una agenda, otra ponernos
recordatorios... Son deterioros naturales con solución de recursos. Pero
la mejor medida relación coste-beneficio, la más accesible de todas, la
más barata, es la lectura.
—¿Qué necesita nuestra memoria para funcionar correctamente?
—A parte de la salud, de encontrarse sano, hay tres cosas básicas o preparatorias para el aprendizaje de la memoria. Una es el ejercicio físico:
Este hace que se libere en el cerebro una sustancia cuyo acrónimo es
BDNF. Es una especie de lubricante que hace de el motor funcione, que
tenga más facilidad para conectarse entre sí las neuronas en el cerebro.
El deporte mejora la irrigación sanguínea de nuestro cerebro. Hace que
llegue mejor la sangre, la glucosa, y todo lo que necesita para
funcionar correctamente. La segunda cosa es el sueño. Dormir prepara el
cerebro para aprender, mejora la fisionomía de las neuronas implicadas
en la memoria. La tercera es evitar comer cosas negativas para nuestra
salud, como es tener una dieta rica en grasas saturadas que reduce la sensibilidad de las neuronas.
—¿Qué tiene que ver la memoria con la inteligencia?
—La memoria (de trabajo) es clave en la inteligencia. Y
como esta memoria específica se puede aumentar mediante ejercicios,
porque aumenta la corteza prefrontal, puedes aumentar también tu
inteligencia. Obviamente, dentro de unos límites. No vamos a pasar de
tener un cociente intelectual de 90 a tener uno de 130. Pero la memoria
de trabajo se puede mejorar. El entrenamiento no es una técnica
milagrosa. No hay procedimientos para ser Einstein, pero si para mejorar el rendimiento. Por ejemplo: Jugar al ajedrez, resolver problemas de matemáticas y de lógica y filosofía.
—¿Cómo podemos trasladar esto al mundo del estudiante, mejorar su forma de estudiar, de aprender, de memorizar?
—Vuelvo a la lectura. Es un fallo enorme de nuestro sistema educativo
el no invitar a nuestros alumnos a leer, y hacer ejercicios con ellos.
Por ejemplo, pedirles que cuenten qué han leído, qué otra versión
darían, qué sentimientos les ha provocado el texto... Leyendo ponemos en
juego todas las partes de nuestro cerebro, la parte racional, la
emocional, la receptiva... pocas cosas estimulan más que la lectura. Si
esta se complementa con ejercicios, puede resultar súper útil: Leer dos
páginas y resumirlas después... es sencillísimo y baratísimo. Todo
estimula. Todo lo que se trabaja. En la universidad cogen apuntes, los
leen mil veces y luego los repiten. Si en vez de eso les hiciéramos
cuatro preguntas que buscan la solución a un problema, esa es la manera
de recordar y retener información semántica (memoria explícita), de
contenidos (memoria ....), de comprensión (contrastando...) Solo
razonando sobre lo leído es como se aprende, no copiando los mejores
apuntes. Leer los apuntes, un artículo, la web, mirar las cosas como un
Sherlock Holmes, un detective. El estudiante cree que tiene que leer
1.000 veces los apuntes y que pierde el tiempo si investiga, pero esta es la única manera de formar la memoria.
—Pero en la enseñanza tradicional en España el estudio ha estado basado en la lectura de los apuntes a aprender, tantas veces como sea necesario.
—Efectivamente. La relectura de apuntes, muchas veces de otro estudiante, ha sido siempre y es todavía uno de los grandes males de nuestro sistema educativo. Insistiendo en este modo de estudio pasivo muchas veces se ha dejado de lado
uno de los mejores procedimientos que existen para aprender y formar
memorias robustas, que es el que consiste en tratar de recordar y
reconstruir con frecuencia el conocimiento que se va adquiriendo. El
recuerdo es un proceso activo que no sólo sirve para evaluar lo
aprendido, sino también para seguir aprendiendo. Más aún, el recuerdo
sistemático puede ser una forma de aprendizaje superior incluso a la del
aprendizaje original.
—¿Qué más puede hacer un profesor para mejorar, según usted, la forma de estudiar de sus alumnos?
—En algunos niveles educativos, y particularmente en la
universidad, es frecuente que el estudiante que no ha sido bien
instruido sobre el trabajo a realizar sufra una cierta confusión cuando
no sabe bien dónde concentrarse y a qué apartados o explicaciones de los
textos que estudia, sean libros,
artículos u otros materiales prestar más atención. ¿Esto es lo que debo
estudiar? ¿Esto entrará en el examen? son preguntas frecuentes. Esta
confusión es grave porque es una fuente importante de cansancio y
desmotivación de los alumnos, pero es un problema que tiene fácil
solución. El estudio de un alumno puede ser guiado por preguntas
cuidadosamente calculadas pro el profesor para que sus posibles
respuestas abarquen los contenidos más importantes de la materia
estudiada.
—¿Qué gana así el estudiante?
—Es un procedimiento que motiva al estudiante, concentra su
atención y le convierte en una especie de detective o investigador que
busca donde sea necesario, es decir, en cualquier material o posible
fuente de estudio, la solución o respuesta a los interrogantes que se le
plantean. Es, además, un modo de enseñar al estudiante a trabajar y
ganar autonomía para aprender, pues buena parte del trabajo intelectual
profesional va a consistir siempre en plantear problemas y tratar de
argumentar soluciones a los mismos. Es, por tanto, un tipo de actividad
que puede aumentar la capacidad del alumno para aprender por sí mismo en
un futuro.
—¿Cuál es, según usted, el mejor sistema pedagógico, aquél que puede ayudar al joven a aprender?
—No existe un único sistema, sino diferentes reglas en
distintas situaciones contextuales para diferentes contenidos. Por
ejemplo, los exámenes orales son fantásticos para la memoria. Su
principal ventaja es que hace que el estudiante explique lo que
entiende. Cuando el estudiante sabe que lo examinan oralmente, este
implica todo su razonamiento. Aprender a exponer incita a distintas
formas de trabajo para el alumno, induce a realizar un tipo de estudio
mucho más basado en la comprensión de los materiales y la información
que en su simple memorización. Y al profesor le permite realizar una
evaluación muy rigurosa del conocimiento adquirido por el alumno.
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