Judío que sobrevivió bajo engaño en las Juventudes Hitlerianas, publica sus estremecedoras memorias: «Tú tienes que vivir». Lección que aprendió de su madre
Habla con un alemán dulcísimo, perfecto para adormecer a un niño con un cuento o a una muchacha en un tren nocturno atravesando Europa. Al fondo, en el íntimo patio del hotel
Tirol, junto a la madrileña calle de la Princesa, donde salvo los
clientes pocos saben que se encuentra ese oasis, se escucha el canto
sutil de un pájaro, como saludando a Sally Perel (Peine, Baja Sajonia, 1925), judío que fue Josef Perjel en las Juventudes Hitlerianas.
Hace de intérprete la alemana Claudia Müller, que es la que ha vertido hermosamente al español «Tú tienes que vivir»
(Editorial Xorki), escrito originalmente en hebreo, el sorprendente y a
veces estremecedor relato de cómo Salomón (Sally) Perel huyó primero a Polonia con su familia cuando los nazis llegaron al poder, luego con su hermano Isaac hacia la parte ocupada por los soviéticos. Salomón acabó en un orfanato de las juventudes bolcheviques. Cuando los alemanes invadieron la URSS, el joven Perel les persuadió de que era un Volksdeutscher (un alemán criado fuera de la madre patria).
Gracias a su conocimiento del ruso, pudo emplearse de intérprete para la Wehrmacht. A causa de su edad fue después enviado a una escuela modelo
de las Juventudes Hitlerianas. Salvó el pellejo gracias a la mentira,
de ahí que confiese en Madrid, adonde ha venido a presentar la edición
en español de sus conmovedoras memorias: «Se puede mentir con tal de salvar la vida, y la vida humana es lo más sagrado que existe». Su padre murió de hambre en el gueto de Lodz,
su madre fue gaseada en un camión y su hermana ejecutada durante una de
las marchas de la muerte. Habla despacio, pesando cada palabra, como si
eligiera piedras para construir una pared.
-Leonard Cohen dice que todos llevamos dentro un nazi que tenemos que reprimir y domesticar. ¿Está de acuerdo?
-Yo creo que cada persona lleva el bien dentro cuando nace, pero también lleva dentro un pequeño diablo, que Leonard Cohen llama nazi. El problema consiste en mantener encerrado
a este nazi, porque también sabemos cómo a través de la demagogia ese
diablo puede salir de la persona y entonces la persona se convierte en
diablo. Con mi libro he querido lanzar una advertencia: lo fácil que es hacer salir al diablo de esa jaula cuando en realidad debería permanecer siempre encerrado.
-El título del libro, en alemán, es «Joven hitleriano Salomón»; el de la película dirigida por Agnieszka Holland e inspirada en su vida, «Europa, Europa». ¿Prefiere el título en español, «Tú tienes que vivir», la petición que le hizo su madre antes de despedirse para siempre de ella cuando tenía 14 años?
-Sí, la verdad es que me gusta mucho, y me ha sorprendido muy gratamente la editorial Xorki,
que ha publicado el libro en España, que habían elegido ese título y
también esa foto de la portada en la que estoy leyendo el periódico…
-¿Qué periódico es?
—Son dos
momentos decisivos en mi vida, que se reflejan aquí. Primero, las tres
palabras que me dijo mi madre -«Tú tienes que vivir» (en español son
cuatro, en alemán serían tres)-, han sido lo más importante de mi vida,
en todos los momentos ha sido mi leit motiv
y es lo que me ha ayudado a sobrevivir. Volviendo a la foto, ahí se me
ve con un periódico de Múnich en el que vi el anuncio de que se estaba
reclutando a jóvenes judíos para el ejército de Israel, para combatir
por la independencia.
-¿Era un periódico en alemán o en yiddish?
—No, en alemán. Ese periódico era en alemán, pero trabajé en un periódico yiddish que se llamaba «Ibergang».
-¿Cómo su hermano?
-Sí.
-¿Cuando uno empieza a mentir para poder vivir dónde pone el límite?
—Mentir en sí es algo inmoral, por supuesto, pero sí se puede mentir con tal de salvar la vida, y yo creo que la vida
humana es lo más sagrado que existe. La vida humana está por encima de
cualquier religión, de cualquier mandamiento, de cualquier prohibición.
-En
su libro cuenta que mientras estuvo en las Juventudes Hitlerianas no
supo nada de los campos de exterminio. Ese ha sido el argumento de
muchos alemanes. ¿No sabían, no podían saber o no querían saber?
-Puedo decirle que el pueblo alemán
no lo quería saber, y no acepto que la generación de aquel entonces
diga que no lo sabía. Eso no es verdad. Porque lo sabían todos. Lo
sabían hasta los ciegos y los sordomudos. El problema era que no querían
saber. Si ahora alguien me dice sí lo sabía pero no actuaba, no hice
nada, puedo entenderlo, porque tampoco sé cómo habría actuado yo en una
situación de ese tipo. Pero todos lo sabían.
-Sin
embargo, de alguna manera, usted no reconoce hasta muy adelante en el
libro, cuando llega la derrota del nazismo, lo que había ocurrido en los
campos, y ese argumento también podría ser esgrimido por otros
alemanes. Igual que usted, en las Juventudes Hitlerianas, no sabía qué
pasaba con los judíos que desaparecían, muchos alemanes podrían decir lo
mismo, usando su propio libro.
-En
mi caso personal yo diría que no debía saberlo, porque necesitaba todas
mis energías para sobrevivir, para llevar adelante esa lucha por la
supervivencia personal.
-Cuando entra en el gueto de Lodz, y lo atraviesa en tranvía, comparte con el lector y el espectador de cine
el temor y el deseo de encontrarse con su madre, porque sería el fin.
Abrazándola incumpliría su mandato de «tienes que vivir». Quería saber
cómo se planteó y se plantea este dilema.
—Sí, realmente fue un conflicto horrible en ese momento,
porque yo me estaba imaginando que podría gritar ‘¡mamá, aquí estoy!’,
pero en ese momento me hubiera traicionado a mí mismo y habría incumplido
la orden que me había dado mi madre: «tú tienes que vivir». Imagínese
un chaval de 16 años con ese dilema, ante esa situación, la más
terrible, la más triste que se podía imaginar. Pero aún así yo tenía la
fuerza suficiente para callar, para estar callado en ese momento, aunque
quería gritar: «¡Dios mío, cómo es posible que yo no pueda abrazar a mi
madre en ese momento!». Pero fue más fuerte la orden que me había dado ella, y conseguí sobreponerme y no gritar. Fue el momento
más difícil en la vida de un muchacho de 16 años. [Cuando visitó el
gueto de Lodz, casi al final de la guerra, vestido con el uniforme de
las Juventudes Hitlerianas, su padre ya había muerto en el gueto, y su
madre gaseada dentro del camión en el que la trasladaban a Auschwitz con otros judíos].
-¿Qué es el pin que lleva en la solapa de la chaqueta?
-Es porque me invitaron a la inauguración del Museo del Holocausto en Washington, cuando Ronald Reagan era presidente, y a todos los invitados nos regalaron este pin.
-¿Tiene pesadillas?
-Muchas. Y sobre todo del tranvía en el que atravesaba el gueto.
-Las imágenes.
-Las imágenes. [«El tranvía redujo la velocidad al entrar
en una curva. Fue precisamente en ese punto, a la altura de las ventanas
del tranvía, donde se presentó la imagen más triste que haya visto
nunca: cuatro hombres arrastrando y empujando un viejo carro cargado de
cadáveres que habían sido cubiertos con un trozo de tela, en su día una
sábana blanca. Por debajo de esa tela de lino se veían las extremidades
extenuadas de los muertos. Sus cuerpos habían sido entrelazados de forma
grotesca»].
-Su libro enseña a ponerse en el lugar del otro. ¿No le inquieta la situación de los palestinos en los Territorios Ocupados?
-Sí, estoy muy preocupado por lo que se refiere a la
situación de los palestinos, y a lo mejor es una de las lecciones que
aprendí por el Holocausto,
que nunca me podía imaginar volver a vivir en un país que oprime
brutalmente a otro pueblo. Y por eso yo soy miembro del movimiento por
la paz que se llama Peace Now.
-¿Tiene hijos, o este libro es su hijo?
-[Se ríe] Sí, tengo hijos, tengo nietos también, pero
digamos que el libro es el resumen de la vida tan polifacética que he
tenido hasta ahora. Mi vida es como un mosaico que se compone de muy
distintas partes, de muchas ideologías, todas las ideologías del siglo
XX que yo he vivido en mi propia piel [estuvo en un komsomol soviético,
con las Juventudes Hitlerianas, con el sionismo…], y todas han podido
ejercer su influencia, me han marcado, y también han contribuido a que
me convirtiera en un embajador de la convivencia y de la paz, y con mi
libro he querido contribuir a ello. Es un medio para ejercer esa
influencia.
-¿Le da miedo la muerte? ¿Y tiene alguna fe?
-En cuanto al miedo a la muerte recuerde que tengo casi 90
años y por supuesto ese tema de la muerte está en primer plano. Pero no
tengo miedo porque durante mi vida he estado tantísimas veces ante la
muerte… Con 16 años he vivido la Segunda Guerra Mundial,
que era el infierno en la Tierra. Es decir, sí pienso en ella, pero no
tengo miedo. En cuanto a la religión yo me considero un librepensador
israelí, pero no soy religioso porque para mí Dios y Auschwitz son
incompatibles, ahí hay algo que no concuerda.
-Siempre
hago esta pregunta al final de mis entrevistas, pero en su caso me
parece más pertinente que nunca. ¿Quién es Sally Perel?
-Sally Perel [dice mientras esboza una sonrisa] en primer
lugar es un amante de la paz, un humanista. Pienso de manera universal,
al margen de cualquier frontera de cualquier tipo. Mi sueño consiste en
tener paz, en la convivencia y la comprensión mutua entre los pueblos, y
también en un acercamiento de las distintas culturas. Es decir, soy un
humanista que ama a las personas y ama la paz.
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