Cuento: mi vida en un frasco
Me llamo Ea. Soy un chivín. Así me llaman los gigantes.
Nací para vivir en el campo, comer insectos y esconderme en agujeros.
Esto es lo que me hace feliz: pasar las tardes en una pared dormitando, aprovechando el calorcito del verano con el rabo estirado y los ojillos cerrados.
—¡Ay! mi rabo... ¿dónde estará? Hace mucho tiempo que me lo cortaron.
No sé qué parte de mi vida es la que más me duele; el estar mutiladito o la añoranza de no ver el cielo, oler la hierba y saltar de piedra en piedra. Esta es mi vida en un frasco.
Me llamo Ea. Soy un chivín. Así me llaman los gigantes.
Nací para vivir en el campo, comer insectos y esconderme en agujeros.
Esto es lo que me hace feliz: pasar las tardes en una pared dormitando, aprovechando el calorcito del verano con el rabo estirado y los ojillos cerrados.
—¡Ay! mi rabo... ¿dónde estará? Hace mucho tiempo que me lo cortaron.
No sé qué parte de mi vida es la que más me duele; el estar mutiladito o la añoranza de no ver el cielo, oler la hierba y saltar de piedra en piedra. Esta es mi vida en un frasco.
Soy una lagartija sin futuro. Un animal encerrado en un tarro de
cristal. Un cachorrillo de lagartija prisionero, triste y sin familia.
Me secuestraron.
Los humanos no saben qué darme de comer, y yo no sé cómo puedo hacerme entender con las criaturas que me miran al otro lado del frasco.
Me muero de hambre. El suelo es frío, no tengo nada donde refugiarme y calmarme cuando tengo miedo. Nada que cazar en este tarro de cristal.
Hoy, Javier, por fin ha observado, no sólo mirado. -La lagartija está triste-. Y me ha tocado.
Yo, sin fuerzas para moverme y el niño, asustado. Ha convencido a Roberto para abrir el frasco y darme la libertad.
Piensan que ya no es divertido tener a un chivín sin rabo. Me han llevado al jardín.
Han abierto el tarro. Suavemente me han sacado. En la inmensidad de la hierba boca arriba, yazco.
Mis ojos se cierran. Mi libertad llegó demasiado tarde, ya no tengo fuerzas.
—¡Ey!, ¡amigo! Te estaba esperando —susurra una dulce voz despertándome de mi letargo.
—Soy Ua, tu amiga. He venido a ayudarte.
—Mi mejor amiga, la recuerdo. Tantos días y juegos. Desde que nacimos, jamás nos habíamos separado. Hasta el día en que los humanos nos cazaron.
La lagartija arrastró a su compañero hasta una roca. Allí le dio de comer y los dos se tumbaron al sol.
Los dos chivines sin rabo se recuperaron. Volvieron a correr por los campos, a trepar por las piedras y a esconderse en los agujeros. Fueron felices y comieron insectos y lombrices.
Gracias humanos por abrir el tarro y dejarles vivir en libertad.
Los humanos no saben qué darme de comer, y yo no sé cómo puedo hacerme entender con las criaturas que me miran al otro lado del frasco.
Me muero de hambre. El suelo es frío, no tengo nada donde refugiarme y calmarme cuando tengo miedo. Nada que cazar en este tarro de cristal.
Hoy, Javier, por fin ha observado, no sólo mirado. -La lagartija está triste-. Y me ha tocado.
Yo, sin fuerzas para moverme y el niño, asustado. Ha convencido a Roberto para abrir el frasco y darme la libertad.
Piensan que ya no es divertido tener a un chivín sin rabo. Me han llevado al jardín.
Han abierto el tarro. Suavemente me han sacado. En la inmensidad de la hierba boca arriba, yazco.
Mis ojos se cierran. Mi libertad llegó demasiado tarde, ya no tengo fuerzas.
—¡Ey!, ¡amigo! Te estaba esperando —susurra una dulce voz despertándome de mi letargo.
—Soy Ua, tu amiga. He venido a ayudarte.
—Mi mejor amiga, la recuerdo. Tantos días y juegos. Desde que nacimos, jamás nos habíamos separado. Hasta el día en que los humanos nos cazaron.
La lagartija arrastró a su compañero hasta una roca. Allí le dio de comer y los dos se tumbaron al sol.
Los dos chivines sin rabo se recuperaron. Volvieron a correr por los campos, a trepar por las piedras y a esconderse en los agujeros. Fueron felices y comieron insectos y lombrices.
Gracias humanos por abrir el tarro y dejarles vivir en libertad.
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