La repercusión del maltrato y de la violencia contra la mujer produce toda una serie de traumas o secuelas psicológicas que llevan a caer en la llamada “espiral del abuso”. En la Ley de Violencia de Género* sólo se reconoce los malos tratos del hombre a la mujer y no de modo contrario. Aunque el ciclo de maltrato puedan producirse a la inversa, con mucha menos frecuencia, las repercusiones -desde luego- no son tan graves. No todos los hombres son maltratadores y, más que proyectar una hostilidad generalizada contra ellos, la cuestión sería aprender a reconocer -desde el principio- los rasgos del maltratador antes de caer en sus redes. Nuestro lema es Prevenir y denunciar.
La espiral del abuso o el maltrato no es fruto de ninguna enfermedad o algún tipo de adicción, sino de un sistema social basado en la desigualdad, en un sistema de abuso de poder, de dominación, que afecta a todos los grupos sociales. El maltratador comienza habitualmente con el maltrato psicológico, con el acoso a su víctima, que consiste en ir aislando progresivamente al sujeto de su entorno social o cultural, en ir reduciendo su autoestima para transformarla en un ser dependiente, en una persona insegura y bloqueada. Una vez en la red es difícil de salir, las propias víctimas lo manifiestan: “al principio él era muy cariñoso pero poco a poco empezó a cambiar y se volvió un hombre posesivo, celoso y controlador”; “Él me dice que estoy fea, que tengo un cuerpo gordo, no me deja salir con mis amigas a tomar nada, sólo a sus cumpleaños”; “Me reprende y me trata como una niña, hasta que terminado considerándome torpe e insegura y me ha costado tiempo recuperarme”. El maltratador abusa de su poder físico o económico y, en ciertos casos, la mujer se deja maltratar adquiriendo un sentido de culpabilidad similar “al síndrome de Estocolmo” en el que se otorga la responsabilidad de evitar conflictos o situaciones que conlleven una ruptura matrimonial. El principal motivo que retiene a la víctima es el temor a las represalias, la dependencia económica y el miedo a perder a los hijos.
El ciclo del maltrato generalmente comienza en la infancia del propio acosador que también ha sido maltratado, la espiral de violencia es generacional, probablemente en un entorno en donde la violencia verbal o física -o ambas- son medios para obtener fines. La raíz del problema es el miedo, el miedo al abandono que surge en la infancia, que en el adulto se transformara en un sofisticado mecanismo de control, los celos, pasar de controlado a controlador. La desconfianza en el otro nace de la desconfianza en uno mismo: ” Empezó primero con unos celos infundados por cualquier cosa, una llamada, un retraso inesperado por el tráfico, etc”.
1- Es posesivo, exigente y dominante. Tratará de alejarte de tu familia y de tus amigos incomodándolos, hasta el punto de transformar tu personalidad, para privarte de apoyo externo y hacerte dependiente. Mediante la violencia aspira a ejercer el poder y control absoluto sobre su pareja, sobre lo que haga, sobre sus pensamientos y sentimientos más íntimos.
2. Es egocéntrico. El mundo gira a su alrededor, es manipulador y nunca reconoce sus errores. La mujer es un satélite importante sólo bajo su control, en el momento que tome independencia mostrará sus rasgos violentos.
3. Mal temperamento. El enfado, las pataletas infantiles, las amenazas a otros, las peleas contra su entorno justificadas o no, poco a poco, se volverán contra ti.
4. Tendencia a ridiculizarte o humillación pública: Para mantenerte bajo control te insultará o dirá cosas hirientes sobre ti delante de otras personas para destruir tu confianza. Constantemente hará pasar por fallos rasgos personales que en si no son errores, dejándote con la sensación de que siempre estás haciendo algo mal.
5. Controlador o control paranoide, piensan que los demás se van a aprovechar de ellos. Necesidad obsesiva de controlarte a base de preguntas bien ordenadas destinadas a buscar contradicciones. El maltratador te vigilará y querrá saber en todo momento donde estás y con quién estás. Ya que considera a la mujer como una posesión suya y no como una persona con vida propia.
6. Violento y agresivo. Empezará poco a poco, rompiendo cosas, golpeando las paredes hasta que golpee contra ti. Déjalo de inmediato y denuncia.
7. Apego infantil. No tardará mucho en querer comprometerse y desear casarse. El enamoramiento rápido es signo de superficialidad, de conexiones superficiales.
MALTRATADOR DE PERSONALIDAD EGOCÉNTRICA.
Este tipo de maltratador no es capaz de sentir emociones hacía su pareja y por ello es incapaz de que la relación perdure en paz, por falta de empatía con su compañera.
En ocasiones, los pocos sentimientos afectivos que genera el maltratador no los manifiesta o quedan apagados por su compulsiva necesidad de ser admirado. En realidad, esta necesidad de ser reconocido, esta omnipotencia, esta vanidad, es un mecanismo de defensa para ocultar su enorme inseguridad, que nace de una imagen distorsionada de sí mismo, de una imagen de superioridad que no corresponde con la realidad, en muchas ocasiones proyectada sobre ellos en la infancia por sus padres, que han generado unas expectativas sobre el niño demasiado elevadas. Todo esto se traduce en agotadores esfuerzos por lograr la admiración de los demás.
Descalificar al circulo de la víctima o a los que considera sus competidores, forma parte de su necesidad compulsiva de destacar. Se siente superior a la masa, expresión de sus sentimientos de grandeza, de sus capacidades exageradas alabadas por su séquito, por sus seguidores. Porque sabe rodearse de un círculo de admiradores ante los que es impecable, intachable, y que ignoran la violencia interna que proyecta en su víctima.
Aunque no es capaz de empatizar con las emociones de su víctima, sí es capaz de generar admiración en ésta con su locuacidad, con su atención y su entrega inicial para atraparla en su red de violencia.
Una vez que ha caído en su redes comienza la fase de absorción, aislándola de su entorno, creando un estado de dependencia emocional. Lo que se traduce en que la maltratada está sujeta sólo a los intereses del maltratador, a su agenda; ella es ahora un mero satélite cautivo a su alrededor. En la siguiente fase, la de la explotación, el maltratador instrumentaliza a su pareja todo lo posible, al servicio de lo que necesite, al servicio de su comodidad, de sus caprichos –aunque sean absurdos-, a través del terror psicológico y maltrato físico. Cuando ya ha anulado su voluntad y han caído todos los muros defensivos, aparece la violencia, el terror y el desconcierto de la víctima, que dependiente emocionalmente, no ve una salida, no puede pensar por sí misma y no es capaz de predecir el siguiente ataque. La fase final es la liberación, cuando la mujer logra escapar de los mecanismo de dependencia. La denuncia y la ayuda psicológica es importante para lograr salir de la fase de explotación característica de la violencia de género.
Pero por desgracia, la fase de liberación no siempre llega, o si llega puede durar poco si cae en la espiral del abuso o el ciclo del maltrato, que se manifiesta con escusar al matratador y justificar sus acciones para llegar a la fase de la reconciliación o “luna de miel”, donde los incidentes han sido perdonados por la víctima. Pero pronto llegará de nuevo la tensión, en la que la mujer maltratada siente la necesidad de apaciguar la situación haciéndose responsable. A continuación llegará el incidente, con el abuso verbal o emocional en forma de enfado, acusaciones, discusiones, amenazas e intimidación, y el círculo se completa volviendo a la reconciliación. “El eterno retorno”.
Una vez dentro de la red es difícil salir sin contar con la ayuda de un profesional en el área de la psicología, ya que incluso la mujer, en muchas ocasiones, retira la denuncia bajo ese estado psicológico.
La solución siempre es la denuncia y disponer de un buen abogado especialista en violencia de género.
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