Jorge Franco
(Medellín, 1962) descubrió que sería escritor mientras estudiaba cine
en Londres. La ciudad le desasosegó al tiempo que le aclaraba las ideas.
Para una naturaleza discreta como la de Franco, la dirección de películas
acarreaba algunas derivas indeseadas: “Vi tal frenesí, tal estrés… El
hecho de que casi tendría que ejercer como líder para llevar los egos de
esos artistas hacia la idea del director se me hizo complicado”. Un
amor se iba, pero otro entraba. La escritura en soledad: la literatura a
palo seco. “Es más cercana a mi personalidad. Soy sedentario, me gusta
el silencio para trabajar y el cine es lo opuesto a todo esto”.
En apenas dos años Franco se convirtió en alguien en la literatura colombiana. Y cuando publicó Rosario Tijeras se internacionalizó con aquella historia de una sicaria a través de la que retrataba un Medellín descompuesto por la violencia. El mundo de afuera —la novela por la que ayer recibió el Premio Alfaguara de manos de Ignacio Santillana, presidente de Santillana— discurre durante las vísperas del
desmoronamiento de Medellín. Hay en ella presagios de lo que va a
ocurrir —los adolescentes amantes de las motos que serán los matones del
narco— y nostalgias anacrónicas (uno de los personajes ordena
reproducir el palacio francés de La Rochefoucauld en la ciudad que se
irguió en un valle andino). El cuento de hadas desemboca en una espiral
de Tarantino. “Hace ocho años fui padre y este tiempo he estado inmerso
en la literatura infantil, en los cuentos para niños,
en historias de princesas y castillos y he creado esa asociación para
conectar con la infancia”, explica el escritor, con la voz debilitada
por uno de esos vuelos transatlánticos donde el frío y el calor atacan
indistintamente. “La novela tiene una inspiración real. Fui vecino de
ese castillo, que pertenecía a un hombre que vivía allí con su familia.
Tenía pajes, una limusina y se vestía a la moda de una época pasada. En
1971 fue secuestrado por una banda y eso me generó una desazón muy
fuerte porque sentí que era un anuncio del final de la Medellín
paradisiaca y que éramos vulnerables a la violencia”.
Medellín es un personaje recurrente en la literatura de Franco. Aunque el escritor reside desde hace dos décadas en Bogotá, sus libros siempre vuelven al lugar de la infancia. “He intentado escribir con otros escenarios, pero me siento incómodo. Bogotá es una ciudad que lleva
años en medio de un caos urbano y social que me arrincona en mi estudio
para no salir. Medellín es la ciudad de la infancia, y también está la
marca que dejó la violencia. Se ha creado una relación muy fuerte,
de amor-odio casi. Lo he intentado en un par de historias pero al final
vuelvo a ella. Y he llegado a un punto en que no voy a pelearme más con
eso. Es más que un lugar. Si yo saco a los personajes de ese lugar se
comportarían de otro modo, es como el caldero donde surgen todos los
sentimientos”.
Ayer, al recoger el galardón, recordó sus deudas
con la literatura de Onetti y de Lewis Carroll, aunque “la única
madriguera que me condujo hacia esta historia fue la mirada de mi hija”.
El premio anterior que recibió Franco fue un elogio de García Márquez: “Es uno de los autores colombianos a los que me gustaría pasarle la antorcha”. Y como es sensato hizo dos cosas: “Gozármela y olvidarla”
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